Las ciudades de Cádiz y Sevilla se convierten en el escenario de un recorrido histórico-artístico que conecta al mismo tiempo las obras pictóricas de Murillo con las de sus seguidores, así como con el nacimiento de una nueva devoción: la advocación de la Divina Pastora. Iconográficamente esta devoción mariana ocupa un lugar muy destacado entre la producción artística de los pintores de la “escuela murillesca”, hasta tal punto que, algunos de ellos son conocidos con el apelativo de pintor de las pastoras.